Uno de los aspectos que más me interesa de sus cuadros es el sentido tan convulsamente sugestivo de los escenarios donde se mueven sus criaturas: opresivos, cerrados, que limitan y condenan a sus figuras a debatirse en espacios sin salida, como trasfondo de la vida misma. Tampoco los horizontes, líneas vacías que diseccionan la nada, son más tranquilizadores. Es como si dijera, -fíjate en este hombre carnal y por lo tanto mortal que vive en mi cuadro; aparentemente representa su vida y por extensión la mía pero, ten cuidado, porque la línea divisoria entre lo que te muestro y lo que no, lo que hay detrás del horizonte vacío o en el cubículo lleno, también es cosa tuya, es la representación ineludible de la responsabilidad que tienes sobre tu vida y que te ofrezco para que la observes.- Precisamente son los espacios inquietantemente delimitados lo que fija mi mirada hechizada en sus cuadros. No es sólo lo que llena o muestra, sino lo que oculta en las geometrías cerradas o detrás de horizontes turbadores. Coincido con Muñoz Molina en la especial impresión que me causaron los hombres solos con trajes y gestos oscuros y fondos también oscurecidos y ominosos. También con su interpretación de animales: chimpancé, babuino, perros. Pintó animales, por supuesto, porque son muy importantes para el alma de los hombres. Muñoz Molina (con el coincido en muchas cosas, desde hace muchísimo tiempo ya) dice y yo suscribo sin reservas: «No hay que fiarse de Bacon: justo cuando uno está a punto de darlo por sabido salta con un zarpazo y uno descubre que sigue siendo vulnerable». Antonio Muñoz Molina