Inicié el regreso. A lo lejos divisé la torre de un castillo, emplazado en un monte desde el que ejercía su influjo estético y enigmático en toda la llanura por la que circulaba. No pude resistir la tentación de acercarme, aún sabiendo que cuando coronara la empinada cuesta me encontraría lo de siempre: muros desgastados y rotos, pero aún fuertes y dignos. Era el castillo de Caracuel de Calatrava, con más de mil años de antigüedad (más o menos); vacío, visitado por una nube solitaria y por mí, también sólo.
28 MAYO 2009
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