Llegué a las nueve cincuenta, todavía quedaban diez minutos para abrir. Delante de mí dos autobuses, uno de ellos de matrícula francesa. Luego más, cargados de niños, supongo que colegios, como en mi niñez, sólo que cuando me llevaron a mi, todavía mandaba en todos nosotros el pequeño dictador al que se le ocurrió la desmesurada y maquiavélica construcción, y había que complacerle. Ahora que ya no está, me preguntaba qué podía motivar llevar a tantos niños a ese lugar. De todas formas, semejante reflexión no me conducía a ningún sitio; sencillamente porque me da exactamente igual a donde puedan llevar o traer a los niños. Les observé un rato y comprobé que para ellos era irrelevante el lugar; lo que más parecía importarles eran sus cosas.
4 JULIO 2009
© 2009 pepe fuentes