Hoy es el aniversario del estallido de nuestra guerra civil. Me he pasado toda la vida lamentando la derrota de la democracia y de la libertad política. En aquel deplorable régimen triunfante había algo, entre otras muchas cosas, que ahora me resultaría insoportable: la insufrible y alienante fealdad de la puesta en escena estética. Sin embargo, después de tanto tiempo, no puedo evitar sentir un cierto escalofrío si pienso en lo que podría haber pasado si se hubiera consolidado la supuesta y dudosa «democracia republicana», tan vulnerable entonces a colonizaciones comunistoides, también insoportablemente asfixiantes, embrutecedoras y canallas. No, nosotros no teníamos la cultura y experiencia democrática de otros países occidentales, y tampoco me fío del sentido autodestructivo y salvajemente ignorante de este pueblo. En realidad, ahora, no pienso demasiado en estas cosas; afortunada y sencillamente me dan igual. Me es indiferente todo aquello en lo que no puedo intervenir. Menos mal que puedo leer y hasta fotografiar, y ambas cosas no me dan igual porque forman parte de mi vida, de cómo transcurren mis horas, del tiempo que me queda, y eso es para mí lo único esencial. A veces, algún amigo me habla de política y yo, disimuladamente, miro el reloj y pienso –a ver cuanto tiempo pierdo escuchando e incluso opinando sobre asuntos que olvidaré nada más terminar de hablar de ellos-.
18 JULIO 2009
© 2009 pepe fuentes