Esa mañana fotografié esta fuente, la del fondo, sin nadie. El resultado fue anodino, sin interés. Sabía que sería así. El impulso de hacerla fue el recuerdo de esta otra, en la que aparezco fotografiado por Naty, con mi cámara, hace diecisiete años. Ahora, cuando he buscado la fotografía y he intentado escrutar lo que pasaba debajo de mi pose haciéndome el «interesante», no he encontrado nada digno de mención. Quizá sólo pretendía gustarle a ella; o a mí. Aunque quizá esta imagen sea más trascendente de lo que parece. Aún a riesgo de equivocarme, porque es una reflexión de ahora mismo, creo que aún me sentía joven, sin sombra de duda (todavía no había llegado a la cuarentena). No tenía conciencia de que la aciaga madurez ya sobrevolaba amenazante sobre mí. No se sabe de la pérdida hasta que ya no tiene remedio; inadvertencia especialmente perniciosa, pues impide saborear los últimos momentos: los mejores e intensos que nos ofrece la vida en cualquiera de sus celebraciones. Todo resulta tan fatídico, y lo que es peor, no existe ninguna posibilidad de una segunda invitación.
26 JULIO 2009
© 1992 pepe fuentes