… Me encontraba inmerso en un estado de ánimo que iba desde la euforia estética, o metafísica tal vez, a la frustración; me sentía pequeño frente a un creador de la dimensión de Juan Muñoz, con el que sólo tengo en común el año de nacimiento (lamentablemente él lleva muerto casi ocho años). Se produjeron algunas situaciones más propias de representaciones del absurdo: por tercera vez entré en la misma sala, la primera que vi nada más llegar. Vacía, grande, con una composición geométrica serial en el suelo y con un solo con un personaje, pequeño, sentado en uno de los laterales. En ese turbador escenario había un grupo de aproximadamente veinte visitantes: perturbados mentales con rasgos faciales deformados por la enfermedad. Oí asombrado lo que les decía la monitora, guía, cuidadora o lo que quisiera que fuera: les explicaba que la razón de que sus rasgos sean popularmente conocidos como «mongólicos» es por las similitudes con los de los mongoles (de verdad), y a su vez les señalaba la relación con los rasgos de algunas de las caras de las esculturas de Juan Muñoz. La charla resultaba muy didáctica y también muy «mongólica». Adiviné los pensamientos de la vigilante del principio: ¿qué haces aquí otra vez?, parecía decirme con la mirada. Empecé a sentir una especie de vértigo opresivo: no sólo era el escenario, impresionante de por si, sino además, los torpes movimientos de los enfermos mentales alrededor de la solitaria y sobrecogida figura de Juan Muñoz y el absurdo discurso de la monitora…
19 AGOSTO 2009
© 2009 pepe fuentes