…Ayer, por ejemplo, me dediqué a doblar todas las esquinas que me iba encontrando; me sirvió para concluir que en mi ciudad hay muchas, demasiadas. Terminé mareado y cansado. Por si fuera poco, me tropecé con un viejo conocido, algo melifluo pero muy cortés y atento. No pude evitar que el breve encuentro me resultara agradable (aunque esa sensación siempre procuro eludirla, también furiosamente, pero, como con la atención a la radio, sólo lo consigo a veces). Por qué me resultó grato?, muy sencillo, duró exactamente treinta segundos (más no lo hubiera soportado), ¿y por qué más me resultó placentero?, porque él me hizo dos preguntas amables sobre mi vida y yo le respondí con otras dos sobre la suya, empatamos con pulcritud y cordialidad y además nos respondimos y nos escuchamos con interés y una mirada de reconocimiento antiguo. Nos saludamos y despedimos con un calido apretón de manos. Perfecto. El problema vino después: el conocido llevaba consigo un olor a perfume o lo que fuera, que resultó sofocante, porque se vino conmigo a pasar el resto de la tarde. Me contagió la dichosa «fragancia» que debió adherirse a mis pituitarias desde la mano con la que le saludé. Una vez más constato que la perfección me resulta inalcanzable.
7 OCTUBRE 2009
© 2009 pepe fuentes