De pronto, en una calle perpendicular a la que avanzábamos (traqueteando), que era una principal, dos tipos con traje hablaban intensamente por teléfono y también fumaban con ganas. Paseaban nerviosos arriba y abajo, a veces se paraban y permanecían unos instantes paralizados, estupefactos, como si algún estrago terrible estuviera a punto de sucederles y no lo pudieran evitar. Me detuve, el síntoma nervioso se había manifestado, esta vez en forma de agitación del ánimo y del cuerpo, parecido a una ansiedad incontrolada. Retrocedí unos pasos y me protegí de sus miradas con la esquina: saqué de la maleta la vieja cámara grande (la ocasión lo merecía), medí luz rápidamente y asomé la cabeza; comprobé horrorizado que uno se había largado. No puede ser, me dije desesperado; el sentido de la fotografía era con los dos (quizá mejor con tres, pero el tercero no se había presentado). Quizá vuelva el segundo, me consolé. Encuadré rápidamente y realicé esta fotografía, pero la decepción cabreada me invadió: -joder, me falta uno, maldita sea, sin él no hay fotografía, el equilibrio de la imagen se sostiene con los dos, con uno no merece la pena, vaya mierda-. No había sido lo suficientemente rápido o, una vez más, mi mala suerte, siempre de guardia y atenta, se había vuelto a salir con la suya. Me acerqué hacia el fondo de la calle, pues parecía que había una perpendicular al fondo a la izquierda, por si estuviera el otro individuo esperando que le tocara a él; pero no, se había esfumado…
10 OCTUBRE 2009
© 2009 pepe fuentes