…Inicié el regreso. Paré en un pueblo a unos cuantos kilómetros, a comer. Elegí un restaurante de la plaza (había dos o tres más). Me instalé en el vacío comedor de la primera planta, al lado de la ventana, desde la que me dediqué a vigilar los movimientos de la gente del lugar. El espionaje, a pesar de que era la plaza principal, no me proporcionó ningún entretenimiento: a lo largo de casi una hora, sólo aparecieron tres personas: dos de ellas, empleados de un banco saliendo de trabajar, supongo, y una tercero del que no recuerdo su aspecto. La comida no sólo no me entretuvo, sino que me disgustó: espaguetis, un filete que rezumaba aceite y unas patatas fritas resecas. El menú me costó diez euros, con postre y café. Cuando a primera hora viajaba hacía Ávila, poco antes de llegar, desde la carretera, divisé una zona de piedras de formas redondeadas. Pensé en parar a la vuelta porque tuve el pálpito de que se trataba de uno de mis escenarios fotográficos. Al Microviaje, también se había venido mi hada protectora (el coche iba lleno) y aunque no dije nada, ella se percató y como juega a mi favor y tenía claro que debía protegerme de la decepción (taciturna y acechante en el asiento trasero), se marchó sin decirme nada. Supuse que se había ido a recolocar el decorado de piedras como ella sabía que a mí me gustaría…
25 NOVIEMBRE 2009
© 2009 pepe fuentes