…Llegué al escenario. Eran las cuatro de la tarde. Saludé al hada protectora que me dijo que ya estaba bien, que llevaba tres horas esperando. Había colocado las piedras como yo mismo lo hubiera hecho. Cogí el equipo, trípode incluido, y empecé a fotografiar. El sol se mostraba reacio, se escondía detrás de unas nubes indecisas y además estaba empeñado en ocultarse en una montañita fastidiosa. Para fotografiar todo lo que quería tuve que correr contra el sol, que finalmente se salió con la suya y despareció detrás del cerro alto. Sin darme cuenta me habían dado las seis de la tarde. Todo había acabado. Recogí el equipo, llamé a mis compañeras de viaje (*) e iniciamos la vuelta sin más paradas. El hada protectora se quedó dormida, lo que aprovechó la decepción, siempre atenta la muy arpía, para hacer que me equivocara de carretera, lo que provocó que tuviera que dar un rodeo de cincuenta kilómetros. Entré en mi casa algo después de lo previsto.
*Cuatro. Dos ya conocidas en este diario. «La decepción», molestísima y omnipresente; es como mi sombra: jamás consigo esquivarla o perderla. No le satisface nada y además lo dice. Para conseguir sus propósitos incluso urde jugarretas. El «hada protectora», es la guapa del grupo; también, cariñosa, simpática, intuitiva y generosa. Lo malo es que se distrae con frecuencia y también desparece durante bastante tiempo sin decir cuando volverá. «La osadía», enclenque y feucha; animosa pero sin carácter, medrosa, impresionable, camina despacio y cojea. Actúa muy poco; en este Microviaje, por ejemplo, no hizo absolutamente nada. También venía «la prudencia», de impresionante imagen y fuerte personalidad; incansable, irascible, terca y frustrante. Se lleva muy mal con «la osadía» a la que no tiene inconveniente en pegar a poco que me descuido.