Cuatro de noviembre: por la mañana he dado un paseo por la ciudad. Sin darme cuenta he llegado muy cerca de unas salas de exposición de la administración provincial (léase Diputación). De pronto me acordé que unos amigos me dijeron que había una excelente exposición fotográfica (según ellos) de un -tal Navia-. A mí, su trabajo, del que vi algunas muestras en el suplemento dominical de un periódico, hace mucho tiempo, no me gustó. Me pareció un fotógrafo fácil que abusaba de efectos tan manidos como el contraste y una grandilocuencia sin sustancia. Así se lo sugerí a mis amigos, que me dijeron que no, que su trabajo era una visión muy personal y estimable. Bueno, quizá vaya, les dije en ese momento. Me olvidé del -tal Navia-, naturalmente. Hasta hoy, que sin querer he pasado por la puerta de lo suyo y he entrado a mirar. Se trataba de una muestra (por encargo, seguro), sobre las ciudades españolas consideradas -patrimonio de la humanidad- nada menos. Creo que eran trece. Entre ellas estaba la mía y Ávila, visitada este mes en uno de mis Microviajes. Distintos tamaños, a todo color (o colorines), mucho contraste, previsibles y desmañados encuadres, abuso del efectismo, fotografías coloquiales o populares: inclusión de gentes en actitudes naturales o que pasaban por allí, pero que no pasaba nada con ellos. Mucho atardecer y nocturnos; éstas tampoco parecían tener intención o sentido temático: sólo estaban oscurecidas por la falta de luz. Nada de poesía, nada de misterio, ni de alma, ni sugestión, ni originalidad, ni nada de nada. Burocracia digital. Quizá le habían pagado poco. Había varias fotografías por ciudad y no parecía que hubiera penetrado en el espíritu de ninguna; a todas las había tratado por igual: mal. Como dijo, Mayans, neoclásico del siglo XVIII, a propósito de la poesía, y que sería aplicable a la fotografía si se hubiera inventado: «En la poesía, lo que no es excelente es despreciable»
27 NOVIEMBRE 2009
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