CARTA A GABRIEL: El fatídico contador de años sigue funcionando. Nunca se estropea. Hoy, el tuyo, ha marcado treinta y cuatro. Menos mal que, por el momento, no parece que te afecte demasiado su exactitud. Está muy bien que sea así: la aprensión sólo ocasiona malestar y ningún alivio. Con tu edad, a mí ya me asustaba su puntualidad fatal; aunque no tanto como ahora, cuando ya noto que el asunto va a ponerse bastante feo. La semana pasada, por ejemplo, la combinación de un irreductible resfriado con una rotura fibrilar, hacía que me sintiera encogido y renqueante. Tosía y tosía demasiado. Era la viva y jodida imagen de la fragilidad. Pero bueno, olvidemos las crónicas sombrías: hoy estamos de celebración. Luego te llamaremos Naty y yo para felicitarte. Me emocionó y encantó la fiesta sorpresa que te ofrecieron el sábado pasado Jackie y vuestros amigos de allí; con visita sorpresa de dos de los de aquí. Debió ser un momento fantástico para ti. Eres querido y eso es lo más importante. Te lo mereces.
Otra cosa: he decidido realizar un trabajo sobre nuestra ciudad, de la que tú, con inmensa lucidez, decidiste largarte y espero, por tu bien, que para no volver. Regresar al escenario de lo ya sabido no tiene ninguna gracia. El único sentido que podría tener ir contra el tiempo es crecer; nunca retroceder acobardadamente. Desde adolescente tuviste claro que aquí no querías que transcurriera tu vida. Aunque te echemos de menos, a mí me consuela la certeza de que allí estás mejor. Como hablamos la última vez que estuviste aquí, ese dudoso valor de la cultura de nacimiento, en los tiempos que corren, sólo consiste en ocuparse de cuestiones «garbanceras«. Y, sobre todo, marchándote, te has evitado la sombría y triste experiencia de ensombrecer la luminosidad de las vivencias infantiles. Al paisaje se va adhiriendo una pátina compuesta de material de desecho, de tonalidad y textura gris sucia, que inevitablemente se acumula cuando uno se empeña en quedarse quieto en el mismo sitio. Me estoy apartando de lo que quería contarte (podría hacerlo por teléfono, como algo sin importancia, pero no, quiero que quede constancia de mi propósito; sobre todo para no abandonarlo por desgana). Será un intento de aproximación fotográfica a la ciudad en la que hemos nacido ambos, que además te dedicaré; y a Lucia Mae y a Emma Louise. Si me rindo me lo reprocháis. Así, bajo la amenaza de vuestro (im)probable enfado, seguro que encuentro la fuerza suficiente para terminarlo. A fin de cuentas, ellas tienen que ver un poco con lo de aquí. No les servirá de mucho, pero tampoco conviene que desconozcan uno de los dos lados de procedencia. Menos mal que hay un océano de por medio que actuará como antiséptico de tantas infecciones patológicas como sufrimos. Hasta aquí llego (creo que me he puesto un poco pesado).
Hasta muy pronto. Feliz día, un fuerte abrazo y besos para ellas.