…Avanzo unos cincuenta metros y me coloco mirando hacia el cobertizo de Santo Domingo. Edificios conventuales a ambos lados de la calle. Y en esto, vuelven las sofisticadas mujeres en sentido contrario al de antes. Mi cámara mirando hacia otro lado, como siempre. Yo a ellas, por supuesto. Ellas ni a mí ni a la cámara. Otra vez lo mismo. Qué habría preferido: que las dos atractivas mujeres, al pasar a mi lado, me dedicaran una sonrisa cómplice que yo devolvería generosamente. Y ya en el colmo del paroxismo fabulador, que me pidieran una fotografía. Todas mis fantasías de la mañana resultaban inútiles y absurdas. Casi de retrasado mental. Me digo: –mira lo que tienes frente a ti, cretino-. Es lo de siempre: estrechuras húmedas y sombrías. La única luz que diviso, pobre y enfermiza, resbala con dificultad por una de las paredes. Para que la «estampa» de previsible y sentimental romanticismo no sea tan fácil, tengo que permanecer parado mucho tiempo, esperando que alguien se decida a venir de una vez y me eche una mano como figurante en movimiento; aunque sea incierto y repetido.
22 DICIEMBRE 2009
© 2009 pepe fuentes