Día veintinueve de diciembre de dos mil nueve: cuatro y media de la tarde. Hospital Virgen de la Salud, planta cuarta, habitación cuatrocientos cuatro. Mis primos, Jesús y Pilar, están el borde de la cama donde yace una persona irreconocible: es mi tía Milagros (Tita para mí, la única hermana de mi padre). Tiene ambos brazos conectados a vías donde llegan varias bolsas de medicación. Mascarilla de oxigeno. La cara hinchada y deformada por el inútil tratamiento. No hay solución para la atroz enfermedad. Respira con gran dificultad. Nunca habría podido reconocerla. Nada más ver el estado en que se encuentra se me saltan las lágrimas. Nos veíamos muy poco, sólo en ocasiones señaladas, pero yo siempre he querido a mi tía. Desde que supe de su enfermedad, el doce de Agosto, día de su cumpleaños (siempre nos felicitábamos), no hubo ni un solo día que no pensara en ella con tristeza…
Fotografía, de izquierda a derecha: mi padre, mi tía Milagros, mi madre y un hermano de mi madre.