…Fotografié lentamente; dos o tres horas aterido de frío, buscando la forma de penetrar en la destemplada atmósfera de la mañana, rodeado de edificios inhóspitos, abúlicos y gastados de tanto tiempo. De vez en cuando, a intervalos de varios minutos, alguien aparecía con bolsas cargadas de compra recién hecha. Me dejaban en paz y yo a ellos. No nos mirábamos. Hacernos caso habría sido muy incómodo para todos. Mejor el silencio en calles silenciosas; el vacío en calles vacías; el abandono en calles abandonadas. Me paré en el callejón del Diablo (cerca está el callejón del Infierno, naturalmente). Si no fuera por estas concesiones a la literatura y al absurdo todo sería realmente absurdo. Mi amigo Masao tenía espíritu surrealista (además de poético y genial) y él cambió la imperial Kioto por esta esquina conformada por la calle Coliseo y del Diablo. Por algo sería. Él fue un gran artista. Quizá aún no esté perdido todo y yo, que nunca he cambiado nada, todavía pueda salvarme en esta ciudad: también surrealista, impenetrable, absurda, empinada; metafísica casi. Masao fue artista aquí. Tal vez yo también pueda serlo algún día. Al margen, pero dentro de ella. Lo deseo, aunque aún no sé con qué ganas: oscilo entre el arrebato y la abulia. Lo único cierto es que lo que sea, tiene que ser pronto: rápido, rápido, porque está anocheciendo ya…
Solas y tranquilamente guardan silencio
las montañas rocosas sin nada.
Los hombres del campo andando, sólo andando.
Masao Shimono