Últimamente estoy preocupado a causa del diario fotográfico. Corro y corro con el tiempo pisándome los talones y apenas si consigo poner tierra de por medio. Cuando miro hacia atrás (siempre voy por delante de los días, pero reviviendo lo ya vivido), veo que la ventaja se reduce amenazadoramente e imagino que frente a mí se abre un cenagoso foso abandonado en el que me caeré. Los días me arrollarán y me quedaré en el fondo, exánime, sin poder reaccionar. Miraré alucinado la última, la prodigiosa, la mejor fotografía de mi vida que nunca he llegado a hacer, pero que siempre he anhelado. No acierto a adivinar que reproducirá esa imagen; quizá el lugar más bello que jamás haya existido. Si no consiguiera levantarme y sobreponerme al aturdimiento del tropiezo, ya no fotografiaría más, me quedaría en el agujero de cemento, que se parecería sospechosamente a una tumba, mirando esa última fotografía nunca hecha. Aún me mantengo erguido y sigo corriendo y corriendo, porque sé que no puedo pararme. Sería muy peligroso. Parar es pararse, sin solución. Puede que para siempre.
17 FEBRERO 2010
© 2007 pepe fuentes