Para qué coño me sirve este diario? Me hago esta pregunta porque no me siento especialmente cómodo con lo que escribí ayer. Amparándome en la impunidad de saber que de quien escribía no lo verá nunca, hice valoraciones como estas: «Personaje peculiar y algo excéntrico»; «tremendamente moralista, aunque no católico (eso es lo que él se cree), sino librepensador, pero al modo del siglo XIX (época que conoce muy bien y de la que no creo que haya salido nunca)»; «Sus miles de libros no le han aportado ningún sentido de la cortesía»... Dicen que a través de Internet todo el mundo ve todo de todos: mentira. Nadie llega a saber realmente nada de nadie. La sobreinformación facilita la ocultación. En la selva amazónica sería prácticamente imposible encontrar un único árbol. De eso me valgo yo para ocultarme y ser público y secreto al mismo tiempo. No obstante, participo en el espectáculo y llego a creerme que con esas mezquinas e inútiles confesiones, me redimo de mi insignificancia y mis temores. Si pensaba lo que escribí, tenía dos opciones, sin duda más saludables: habérselo dicho (no era necesario, él no me preguntó), o bien, lo que hizo él conmigo, sin disimulo: –no hacerle ni puñetero caso-.
19 FEBRERO 2010
© 2009 pepe fuentes