…Es un paisaje duro, seco, vertiginoso, místico. El río parte las piedras y abre un despeñadero alucinante a cada una de las orillas. Sin el río la ciudad no hubiera sido posible. El agua parece mitigar el desasosiego de tanta aspereza. Ambas orillas se parecen, su alma es idéntica. Sólo las separa el agua. A un lado, piedras vírgenes, duras e informes que miran a las sometidas al dominio y utilización de los hombres. Avancé frente a los precipicios, mirando al río, con la ciudad a la espalda…
«Montañas, yo no sé desde cuando, desde qué día de la Creación, montañas recién terminadas, y un río joven que a una de ellas, aprisionándola en apretadísimo lazo la insta y la estrecha hasta el punto que, asustada por el nudo que la ahoga, se rompe de pronto en una ciudad, y enfrente, como en el primer día, las montañas indómitas, amenazadoras, raudas, rudas, separadas de uno por un tanto de abismo como las fieras en el Hagenbeck; y abajo, en el fondo, el río indesgarrable…» Rainer María Rilke