Viajé al mundo del arte amontonado y en venta en pequeños espacios blancos: llegué a las doce y siete minutos. La entrada me costó treinta y dos euros + iva. Nada más entrar noté que la felicidad me embargaba y sabía por qué (ya me había olvidado del precio): tenía varias horas por delante para deambular sin rumbo por los pabellones, entre galerías con arte en venta intensamente iluminadas; había gente, la mayoría jóvenes e incluso algunos vistosos (siempre prefiero que mi mirada se entretenga con la belleza). En algunas galerías (no muchas) había arte, y en el colmo del prodigio, hasta obras bellas, aunque eran las menos. La perfección es imposible…
15 MARZO 2010
© 2010 pepe fuentes