…Me tropecé con un grupo de personas que me gustaron mucho y que no fotografié; aunque lo intenté no me fue posible, maldita sea (la pareja de la fotografía también me agradó). Eran dos o tres hombres y dos mujeres, me parece, porque no los conté. Lo que me gustó era su «look», su puesta en escena. Ellos parecían caballeros ingleses de hace cien años, más o menos: botas altas hasta las rodillas, por encima de pantalones estrechos, grandes patillas, chaquetas de cuadros ajustadas y porte de mucha importancia. Parecía que iban del picadero (de caballos) hacia el salón de te. Fantásticos. La visión me hizo pensar, una vez más, que es sumamente conveniente vestirse con originalidad; por un lado para no pasar desapercibido y por otro porque es más gracioso. Cuando escribo esto, ellos son los únicos de los que puedo recordar su vestimenta. Eran generosos con el mundo. A mí, sin ir más lejos, me proporcionaron varias y gratas sensaciones: la satisfacción de divertirme con su originalidad; una sonrisa espontánea que me provocó pensar que si la gente (yo incluido) nos mostráramos más ocurrentes, desenfadados y graciosos, el mundo sería un lugar infinitamente más vivible. Por si fuera poco, al verles, tuve la impresión de que no estaba perdiendo el tiempo allí, en el mercado del arte…
20 MARZO 2010
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