…Mientras escribo sobre mi deseo de fotografiar en mi –habitación de retratar-, me ha venido a la memoria mi experiencia juvenil de fotografiado en un «estudio profesional». Entrar en aquellos platós de épocas pasadas era como adentrarse en criptas esotéricas, mágicas; alejadas de la realidad insustancial que sucedía bajo el sol. A una de ellas, la última (fueron dos o tres, que pueda recordar), fui nervioso, me sudaban las manos y me sentía muy inquieto, como si me fuera a presentar a un examen poco trabajado. Me vestí cuidadosamente para la ocasión con la mejor ropa que tenía. Recorrí el largo pasillo que desembocaba en unas escaleras que descendían a la planta sótano donde se encontraba el estudio: -foto arte San José-. La puerta tintineó al abrirla y apareció un individuo que emergió de una zona oscura, al fondo. Me preguntó qué deseaba y balbucee avergonzado que quería que me hicieran un retrato. Me pasaron a una habitación decorada con cortinas y alfombras rojas. Me impresionó, pensé que allí sería sometido a una epifanía insuperable para mi inseguridad. Había varios focos y una cámara enorme. El fotógrafo, ungido por mi azoramiento con el rango de sumo sacerdote, me indicó que me sentara en un taburete, que me mantuviera erguido y que mirara ligeramente hacia un lado. No dijo más, ambos nos mantuvimos en silencio. Manipuló su enorme y enigmática máquina durante unos instantes y todo había acabado. Sólo había durado dos o tres minutos; mucho menos que una confesión. Me fui algo decepcionado aunque deseando tener el resultado…
P.S.: he buscado alguna imagen que pudiera ilustrar el recuerdo, pero no tengo ninguna apropiada, así que recurro a una fotografía de la ciudad realizada por otros fotógrafos con estudio en la calle principal, Foto Rodríguez, y que compré en aquella época.
6 ABRIL 2010
© pepe fuentes