Mis lecturas avanzan lentas y desordenadas. La forma de leer se convierte en un reflejo de uno mismo. Es inevitable. En estos días, mezclo nerviosamente un ensayo biográfico de Franz Kafka, algo de Wislawa Szymborska y El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, de Haruki Murakami: «Pero en otoño las bestias, acurrucadas unas junto a otras en silencio, dejaban relucir su largo pelaje dorado al sol del ocaso. Sin ejecutar un solo movimiento, como esculturas pétreas sobre la tierra, la cabeza enhiesta, aguardaban inmóviles a que los últimos rayos de sol se hundieran en el mar de manzanos». Qué mágica belleza contiene la literatura de Murakami.
8 JUNIO 2010
© 2000 pepe fuentes