Catorce de septiembre. Siete treinta (a.m.): he comenzado el día colocando un negativo en el escáner. Luego he echado un vistazo a las estadísticas de visitas a pepefuentes.com de ayer y compruebo que no hubo aglomeraciones (sólo doce entradas y muy breves; asomaron la nariz y se largaron). Ocho horas (a.m.). Me acomodo en mi cheslón de escribir (para conseguir conectar con la parte del cuerpo donde nace la escritura, tengo que despreocuparme del resto, y la mejor forma es buscar la máxima comodidad). Compruebo lo que ya sospechaba cuando subía al estudio: no tengo ni una sola idea de la que ocuparme. A pesar del vacío pienso pasar todo el día expectante, por si acaso se me ocurre algo. A intervalos de algo más de una hora tendré que cambiar el negativo del escáner, pero no es una actividad que disturbe la escritura. Tampoco me cansa. De vez en cuando leeré algo, supongo, y si me gusta lo copiaré y lo pondré en este diario. Lo suelo hacer para disimular mis insuficiencias creativas. Ah, y también para creerme que tengo un estimable bagaje intelectual; aunque no sé para qué. Los escritores escriben y los fotógrafos fotografían mucho mejor que yo. Seguro. A veces me tropiezo con escritores muy estimables y muy respetados por mí, que cuestionarían el diario de hoy, como por ejemplo Mark Strand: «Para algunos de nosotros, cuanto menos se diga de la forma en que hacemos las cosas, mejor. Me cuento entre quienes ni siquiera están seguros que poseen una forma reconocible de hacer las cosas…»
7 OCTUBRE 2010
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