Este individuo-fotógrafo, frente a la iglesia de San Ambrogio, en Milán, me llamó la atención. Ofició una ceremonia de preparación fotográfica que se pareció al momento de la consagración de una misa católica. Llegó al lugar donde se encuentra en la fotografía, desplegó dos cajas de cartón en el suelo y fue sacando de cada una de ellas partes desmontadas de su cámara: de una el objetivo y de otra el cuerpo, ensambló las piezas, se incorporó y ceremoniosamente levantó la cámara sobre su cabeza y fotografió (supongo). Nunca había visto nada parecido. Semejante ritual parecería propio de un individuo de aspecto peculiar y seguramente más original. Sin embargo, el cura-fotógrafo o viceversa, no podía tener una presencia más corriente y carente de cualquier glamour artístico. Debía ser un vulgar turista, como yo.
20 OCTUBRE 2010
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