Dice Fontcuberta en el libro al que vengo haciendo referencia estos últimos días: «En lo histórico, la interpretación de esas imágenes demuestra cómo la fotografía ya nació con un doble faceta notarial y especulativa, de registro y de ficción.» Para ilustrar esta reflexión introduce una referencia histórica de uno de los precursores de la fotografía, concretamente de Bayard, inventor de un sistema que permitía positivos directos sobre papel. Se trata de un texto que acompañaba a una fotografía de él mismo como ahogado. O al revés. Autorretrato como ahogado: «Este cadáver que ven ustedes es el del señor Bayard, inventor del procedimiento que acaban ustedes de presenciar, o cuyos maravillosos resultados pronto presenciarán. Según mis conocimientos, este ingenioso e infatigable investigador ha trabajado durante unos tres años para perfeccionar su invención. La Academia, el rey, y todos aquellos que han visto sus imágenes, que él mismo consideraba imperfectas, las han admirado como ustedes lo hacen en este momento. Esto ha supuesto un gran honor, pero no le ha rendido ni un céntimo. El gobierno, que dio demasiado al señor Daguerre, declaró que nada podía hacer por el señor Bayard y el desdichado decidió ahogarse. Hippolyte Bayard. (18 de octubre de 1840). Traigo a colación esta anotación histórica por dos razones: una porque me encanta, y otra porque, sin conocerla hasta el otro día, resulta que es exactamente (más o menos), lo que hago en este diario. Lo cual significa que utilizo un recurso «creativo» tan viejo como la propia fotografía. Fontcuberta, también dice: «Consideradas hoy en perspectiva, estas conclusiones legitiman, pues, que se recurra responsablemente a la ficción documental para ilustrar los matices tantas veces inasibles de la vida»