Sin embargo, esta mujer, fotografiada más arriesgadamente, sí aceptó su imagen con gusto y se reconoció en ella. Me lo agradeció con elogios. Se trata de una persona prácticamente desconocida para mí, y el hecho de haber realizado este retrato obedeció a circunstancias fortuitas. No le sugerí ninguna indumentaria (nunca lo hago); fue ella la que decidió aparecer vestida así. Me encantó su atenta deferencia y confianza en mí. En correspondencia, me entregué a mi tarea a fondo. Me gustaría que las personas que aceptan que les fotografíe eligieran y cuidaran su indumentaria para la ocasión; casi ninguno lo hace, y eso me enfada. Sencillamente, es desconsiderado, desatento y sobre todo denota una falta de interés hacia el resultado y futuro del retrato. No menciono ni sugiero nada relativo a la vestimenta; prefiero que el retratado se muestre y que en esa exhibición esté incluida la indumentaria como parte de su personalidad, cómo no. Si muestra descuido o inelegancia, así aparecerá. Se trata de un retrato, por Dios, qué culpa puedo tener yo de su buen o mal gusto. Mis retratos, al menos los de –la habitación de retratar-, son así, sencillos, directos, sin afectación, poses, representaciones vacuas, imposturas; al menos por mi voluntad y deseo. Otra cosa es, que por iniciativa propia, el retratado quiera aparecer de una determinada manera, y si esta se ajusta a la filosofía de «la habitación», bien (como es el caso), y si no, lamentablemente, no podrá ser; y si aún así sigue interesándome, propondré otro escenario y otro argumento.
2 NOVIEMBRE 2010
© 2010 pepe fuentes