Sigo empeñado en el proyecto de -la habitación de retratar- aunque con escasos resultados en cuanto a la respuesta obtenida a mis propuestas. Suelen ser de tres tipos: A) los que excusan su participación, o dicen aceptar, aunque sin ningún entusiasmo, y prefieren que el medio compromiso se diluya, se olvide. En esos casos, no hay ningún problema, porque cuando detecto esa actitud, el primero que se desentiende soy yo. B) los que aceptan las reglas del juego y colaboran en la sesión de toma. Luego, les entrego su retrato y se muestran contentos e incluso elogian el resultado. En esos casos todo resulta cordial y amigable. Y ya está. C) hay una variable que reconozco que me ha sorprendido porque no contaba con ella. Esta mujer, por ejemplo, cuando le propuse hacerle un retrato accedió encantada, y me extrañó porque no somos amigos, sino conocidos ocasionales. Colaboró con ganas en –la habitación- y nada más. Una vez terminado (suelen pasar dos meses, e incluso más), he intentado más de una vez entregárselo (la fotografía de hoy), y ha mostrado una indiferencia absoluta; es más, echando mano de algún eufemismo me ha venido a decir que no está interesada en tener la dichosa fotografía y ni siquiera verla. Y eso que es gratis (para ella, que no para mí). Me parece estupendamente. ¿Por qué coño tendría que ser considerada esta mujer hacía mí o mi trabajo? El que la haya retratado con el mayor cuidado e interés, es una circunstancia de la que soy el único responsable, y por tanto carece de importancia para los demás.
3 NOVIEMBRE 2010
© 2010 pepe fuentes