Es una constante en mis relaciones innominadas con los llamados A. que siempre sean más jóvenes que yo. Éste también se llama A., y su juventud salta a la vista (en relación a mí, claro). Nos conocemos hace unos años (poquitos), y también solemos coincidir los sábados muy de noche. Hemos compartido mesa en varias ocasiones y nuestras conversaciones son de naturaleza compleja. Oscilan entre la confidencia, la observación sociológica (generalmente crítica), la agresividad del mundo (y la nuestra, que tampoco es cosa de poco), los conciertos (él ha sido músico, ahora es otra cosa), los placeres y disgustos que ocasionan los bares hasta muy de noche, y cosas así. También manejamos el silencio con soltura (que es otra forma de conversar sofisticadamente). A.es un hombre de fuerte personalidad y carácter que no se anda con tonterías. Vino a mi casa para ayudarnos en cuestiones tecnológicas (es un especialista en esos menesteres) y, arteramente, aproveché para introducirle en -la habitación de retratar-. Me interesaba mucho fotografiar a A. porque tiene mucho de personaje, y eso me gusta. Ya que tenemos que estar en el mundo, por favor, representemos algún papel, hagámonos notar, ocupemos un sitio en el escenario, combatamos el aburrimiento. Seamos alguien que los demás recuerden, porque eso supondrá que hacemos algo para no olvidarnos de nosotros mismos a fuerza de marcar el paso anodinamente. Cuando A. me cuenta cómo organiza su tiempo, me tengo que sentar para no perder el equilibrio mareado. Es vertiginoso y aparentemente caótico en sus cosas. Asimétrico. Pero, es en ese personalísimo punto donde habita su equilibrio. Prefiero mil veces esa opción a las previsibles hasta el bostezo. Por eso me interesa A., y por eso, también, me ha gustado retratarle.
7 NOVIEMBRE 2010
© 2009 pepe fuentes