Siete de octubre. A las siete de la tarde llamé a la puerta del piso de Masao y Harumi Shimono, amigos fallecidos. En el interior se encontraban el hermano y la hermana de Harumi junto con Yuki, amiga común. Los hermanos me recibieron afectuosamente, ya nos conocíamos. La vivienda llevaba tres años y medio cerrada. La atmósfera era desangelada y fría. Olía a polvo humedecido por la tristeza. Ellos revisaban enseres, cajones, papeles personales. Me indicaron a través de Yuki (no hablan español), que colaborase con ellos en examinar lo que había en el piso. Todas las habitaciones estaban abarrotadas de todo tipo de objetos, carpetas, documentos, cuadros, dibujos, libros, cartas, fotografías e infinidad de publicaciones y papeles. Vivieron en España más de treinta años y eran muy cuidadosos atesorando recuerdos, testimonios, momentos. Me sentí sobrecogido porque conocí bien a mis amigos y sé lo celosa e íntimamente que guardaban sus cosas. Ahora, cuatro personas estábamos removiendo lo que ellos habían guardado meticulosamente, y no era suficiente causa el que ya no estuvieran en este mundo y que nosotros hubiéramos formado parte de su vida afectiva. No, no era suficiente razón, al menos para mí.
13 NOVIEMBRE 2010
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