Veintiuno de octubre. Por la tarde, después de dos o tres horas, sólo habíamos tomado una decisión: sacar del piso los cuadros que han quedado de Masao. El piso había que entregarlo al propietario. Algunos fueron pintados hace más de treinta años y ahora soportan capas de polvo infamante. Tocarlos, simplemente para cambiarlos de lugar, duele y aflige hasta el sinsentido. Al final de la tarde llegó Naty y, junto con Victor y Yuki, y por cuestiones prácticas y hasta que se busque la mejor solución, decidimos guardarlos en nuestra casa. Asumí reproducirlos, catalogarlos y mantenerlos en el mejor estado hasta que se tome una nueva determinación. Quedamos en volver dentro de tres días. Era todo tan extraño. En otra habitación, decenas de carpetas repletas de apuntes, bocetos, dibujos, escritos, recortes de prensa, testimonios, esperaban alguna decisión sensata sobre su destino. No, nada de lo que hiciéramos podía serlo. Era imposible. Ahí, entre sus papeles cuidadosamente conservados durante décadas, anidaba el absurdo de vivir guardando y guardando para después, siempre después. Pero, después de qué?
20 NOVIEMBRE 2010
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