Ayer fueron los profesionales; hoy les toca a los aficionados. No sé por qué me empeñé, obsesivamente, en fotografiar a individuos como estos, porque no son nada artísticos y claro, las fotografías me salieron naturalistas, descriptivas y bastante áridas. Casi puro documentalismo. Anodinas. Cuando las realizaba entusiasmado, pensaba que poseían una indudable proyección literaria o teatral (no sé sí las fotografías o las gentes que aparecerían en ellas); creía que se asomaban al surrealismo a través de la puesta en escena y los vestuarios afectados y extravagantes. No sé, creo que me equivoqué. Pero bueno, es lo que hice y ya no puedo volver atrás. También podría mandar estas imágenes a la «mierda», pero no quiero porque sería negarme. A fin de cuentas, como no tengo que dar explicaciones a la historia, ahí se quedan, porque sí. Sencillamente. El título de la serie, necesariamente, es –la sumisa extravagancia-. La extravagancia queda sobradamente demostrada a través de la descriptiva fotografía, sin embargo, la sumisión es otra cosa; es mi aportación de autor. Qué sería de estas fotografías sin una palabra que las salvara.