19 DICIEMBRE 2010

–Tambores ensordecedores en Cuenca-, es el título de esta otra serie. Sigo con las epifanías religiosas; dan mucho de sí para entender algunos comportamientos humanos aparentemente nada complejos, por otra parte. En este caso, personas tocando el tambor con ardor. No, mis aficiones no son antropológicas, ni mucho menos, porque también soy uno de ellos, aunque no me de por tocar el tambor en tropel durante horas y horas. Prefiero fotografiarles dedicados a lo suyo, actividad más fría y menos excitante, porque sospecho que lo de tocar el tambor frenéticamente debe tener connotaciones eróticas, seguro. Mis aficiones tampoco tienen que ver con el «arte» sociológico, o conceptual, o documental, como esos fotógrafos famosos que se van a diez mil kilómetros para traer imágenes «artísticas» de gentes que bailan herméticamente en comunión con su dios, o que se embadurnan en rituales esotéricos. En occidente nos encanta ese folklorismo, celebramos mucho a esos aventureros y les otorgamos el título de «fotógrafos-artistas imprescindibles«, cuando son más bien antropólogos con escasos  fundamentos, pero con cámara fotográfica y encargos ya negociados (supongo). La fotografía de «autor» (suponiendo que esa variedad exista) es otra cosa, creo. Ellos encarnan una de las sospechas que recaen en la fotografía como lenguaje creativo serio, y que no es otra que el valor esencial de su obra no radique en –ver y recrear– sino sólo en estar allí. Bueno, bueno, me estoy pasando mucho, porque vaya por delante que a mí me da exactamente igual lo que hagan los premios nacionales de fotografía (y antropología, habría que añadir). Sí, porque a mí lo que me importa es fotografiar a gentes tocando furiosamente el tambor, en una ciudad de belleza inolvidable, y eso no es importante para nadie, ni falta que hace. Tal vez tampoco sea fotógrafo (y ni siquiera antropólogo); el problema es que no sé muy bien lo que soy. Lo que sí sé es que me interesa sentir que mis fotografías se relacionan con frases como ésta: «…me confunden las certidumbres vehementes de los vehementes…así como me confunden los árboles por la noche, misteriosos, inmensos». Antonio Lobo Antunes