Puede que a este templo, el «fotógrafo» ni siquiera entrara. Le conozco. Le pido que me cuente lo que hizo ese día en el Campo de los Milagros, en Pisa. Dice no acordarse bien. Me habla de la gran belleza de los edificios que la luz de la tarde favorecía. Como casi siempre, se lo pasó bastante mejor fotografiando en exteriores que visitando interiores. Como explorador y admirador de bellezas irrefutables, el «fotógrafo» tiene una capacidad y educación claramente deficientes; es un tipo muy poco cultivado en las delicadezas del gran arte. No me explico cómo puede haberse librado de un estilo y comportamiento tosco, consiguiendo dar el pego. Tiene una apariencia engañosa; parece mucho más de lo que realmente es. Le pido que me cuente más de sus sensaciones en aquella explanada de lujurioso césped, sol esplendoroso entre nubes majestuosas y espectaculares construcciones seculares. Me dice que fotografió sin pensar en nada en especial, instintivamente; quizá algo excitado y emocionado por la belleza del conjunto. Pero fueron sensaciones muy epidérmicas, físicas; nada espirituales. Recuerda que pasó al interior del Camposanto e hizo dos o tres fotografías que le gustan, pero no al Duomo. Confirmé mis sospechas. Le traen sin cuidado los, según él, previsibles diseños interiores, la indefectible y delicada luz tamizada, espiritual, el olor a sacristía y a cera rancia, y a los demorados pecados aburridamente confesables. Esas sensaciones tan repetidamente infalibles en los interiores de todos los templos. Sin embargo, ahora recuerda con precisión, -según me dice lo había olvidado por completo-, que estuvo jugando durante un tiempo a cruzar miradas insinuantes con una chica atractiva con la que, curiosamente, coincidía siempre en los mismos sitios. No llegaron a dirigirse la palabra. Es así: siempre preferirá un fugaz e intenso intercambio de miradas con una mujer que le guste, al majestuoso interior románico de un templo toscano o de cualquier otro lugar del mundo. Claro, así no se puede llegar a nada. Esta serie, a priori, me había dicho que la titularía –Los Templos– (poco imaginativo, sin duda), pero ahora, después de hablar sobre su experiencia en el Campo de los Milagros, de Pisa, le propongo que lo cambie por –Los templos se ven mejor desde fuera-. Está de acuerdo.
11 ENERO 2011
© 2002 pepe fuentes