En el mismo capítulo de la serie de ayer aparece: -Las amenas vistas-. El «fotógrafo» podría haber unificado ambas series, pero no lo ha hecho por dos motivos: matizar contenidos y añadir algo de variedad conceptual a la «obra». Hace bien, supongo. No sé si fue Bretón o Soupault quien escribió: «Sin ninguna afectación, puedo decir que la menor de mis preocupaciones es encontrarme consecuente conmigo mismo». Eso le pasa al «fotógrafo». Detesta la supuesta «belleza» convencional y amanerada y, sin embargo, se entrega a ella con demasiada frecuencia. Es un individuo básicamente contradictorio e inconsecuente (o quizá no). Ayer hablé de algunos de los rasgos personales del fotógrafo, (a él no le importa que los saque a colación), como son su inestabilidad y su personalidad infantil, quizá algo ridícula, y le pregunto si no teme por su imagen y la consideración de los demás. Me dice que no, que prefiere vivir inmerso en una autocrítica feroz, porque intuye que esas introspecciones a corazón abierto le acercan más a su ser y a su vida. No merece la pena vivir en un estado de permanente autocomplacencia defensiva, porque es otorgar demasiada importancia a los demás, -me dice-. Le hago notar que el mundo no perdona esos atrevimientos, que siempre se alegrarán de la debilidad ajena, y que, como dijo Jorge Luis Borges: «Uno puede pensar que cuando ríe o habla mal de sí mismo lo hace en broma y para acercarse a los otros, pero los demás lo toman a uno muy en serio». El «fotógrafo» sale por un momento de su permanente letargo existencial y me dice enfadado: -pero qué te has creído, imbécil, que tú importas realmente a alguien; nadie importa a nadie. Puede que a Borges si le importara, porque él era un artista genial y tenía algo que defender; a personas de su inmensa grandeza hay que escucharlas, pero sólo a ellas. Al mundo, si eres insignificante, le es completamente indiferente lo que digas de ti mismo, sencillamente porque no les importas y no te van a escuchar. Y si aparentan que lo hacen, es mentira, realmente careces de importancia para ellos. Cuando las cosas son así no queda más remedio que vivir en intensa y descarnada relación consigo mismo, aunque duela. Claro, tampoco sirve engañarse, eso sólo se trata de orgullo e instinto de supervivencia, aunque no lo parezca. No hay nada más ridículo e indigno que las falsas apariencias. Ah, y por supuesto, si no quieres que los demás terminen «jodiéndote», siempre debe importarte una «mierda» lo que piensen de ti-. No le contesto nada, para qué, pero no puedo evitar preguntarme si le merece la pena haber llegado a su edad, con esa evidente e inquietante fragilidad. O tal vez sea todo lo contrario. No sé.