Hace ya muchos años, veintisiete, más o menos, me encontré, felizmente, con un libro titulado El peso del mundo, de Peter Handke, editado por Laia (desaparecida) y traducido por Victor Canicio. Se trata de un diario de frases cortas, impresiones, vivencias, juegos de lenguaje, que abarca desde Noviembre de 1975 a Marzo de 1977; entre los 33 y los 35 años de Handke y entre mis 22 y 24. Cuando lo leí tenía diez años más, es decir, la misma edad que Handke cuando lo escribió. Mi sintonía con ese diario fue absoluta. Me entregué a él con entusiasmo. Subrayaba sin cesar las anotaciones de Handke. Curiosamente, no mucho después, lo olvidé completamente; no al autor, al que me he seguido acercando en ocasiones. Sin embargo, ya no he vuelto a conectar con él como lo hice en El peso del Mundo. El propio Handke, en una nota introductoria titulada con mucha propiedad como (A quién corresponda), dice: «me ejercité en reaccionar de inmediato con lenguaje a todo lo que me sucedía, y me di cuenta de cómo en el momento mismo de la vivencia -en ese instante, precisamente- el lenguaje revivía y se hacía comunicable…». Finalizaba la nota con esta aclaración: «El problema de este diario es que no puede tener final, por eso debe interrumpirse. Un final declarado equivaldría a consentir abiertamente en el olvido que es eterno». Pienso lo mismo del mío (que no puede tener final), pero por esa misma razón no me atrevo a interrumpirlo; no vaya a ser que el manto del olvido caiga sobre mí y resulte herido mortalmente…
6 MARZO 2011
© 1985 pepe fuentes