El domingo veintisiete de Marzo, a media tarde, me llamó un buen amigo informándome de que había muerto su madre. Inmediatamente nos desplazamos al tanatorio de la ciudad para acompañarle un rato. Su madre tenía noventa y ocho años. Hasta poco antes de su muerte, mi amigo me contaba que su madre estaba muy Viva. En el tanatorio, inesperada y desgraciadamente, nos encontramos con otro duelo: había muerto un familiar de un familiar. También tenía más de noventa años. En la sala del velatorio había personas de todas las edades, entre ellas chicos muy jóvenes que no me parecieron nada Vivos. La viuda del fallecido, de noventa y un años, cuando nos vio, se levantó de su asiento con energía y nos saludó vivamente. En la corta conversación que mantuvimos nos dijo: «no puedo permitirme venirme abajo, tengo que seguir con mi vida». Su aspecto físico, su tono de voz, su determinación y vigor eran asombrosos. Era la persona más Viva de todos los que estábamos allí. ¡Menuda lección sobre el hecho de vivir en esa aciaga tarde de Domingo!
10 ABRIL 2011
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