ZURRAQUÍN VI (o las fotografías que se revelaron tan oscuras e inciertas como los recuerdos). Después, recorrimos parte de un camino que llevaba a la finca colindante, Loches, otro enclave importante para mí porque allí vivieron mis abuelos paternos y, de vez en cuando, pasaba unos días en su casa. Me gustaban mucho esas pequeñas estancias porque la casa era mucho mejor que la nuestra; tenía luz eléctrica, agua corriente, y los dueños (marqueses) tenían piscina, y cuando no estaban me bañaba en ella. Era como pasar de la edad media a la más absoluta modernidad. La distancia, tres o cuatro kilómetros, la cubríamos, mi tía Milagros y yo, en un pequeño y sarnoso borriquillo de mis abuelos. Volvimos y nos dirigimos hacia la pequeña y solitaria casa en el Cerro del Acebuchal, que era el lugar más importante para mí esa tarde. Deseaba vivamente pasar dentro y volverla a ver. Tenía un recuerdo nítido de su distribución: pasillo central, a la derecha la cocina con chimenea donde cocinaba mi madre (sólo se podía cocinar en el fuego), a la izquierda el comedor seguido de la alcoba; continuando por el pasillo, a la derecha un pequeño cuarto y al fondo la cuadra y el pajar. Curiosamente, el que concibió la casa estimó que no tenía ninguna importancia que la borrica, para llegar a la cuadra, tuviera que atravesar toda la casa a través del pasillo central. Nos aproximamos a la casa por este camino, el que utilizábamos cuando vivíamos allí…
24 JUNIO 2011
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