ZURRAQUÍN VIII (o las fotografías que se revelaron tan oscuras e inciertas como los recuerdos). Pregunté a Agustín si podíamos dar una vuelta por el cerro, en la confianza de que él se quedara y así poder recrearme tranquilamente entre las piedras donde jugaba de niño con mi perra Cuca. Pero no, se vino con nosotros y siguió contándonos su vida. No había momento para fotografiar, ni para la evocación, ni para entrar en la casa, ni para nada. Empecé a sentir una frustrada irritación. Parte tenía que ver con que, tontamente, imaginé, que dado que íbamos en visita de buena voluntad, además de llevar como argumento de presentación nada menos que la memoria y la nostalgia de la infancia, los sensibles habitantes de Zurraquín nos recibirían cordial y comprensivamente, y podríamos intercambiar experiencias y sensaciones de una misma tierra con la que teníamos algo en común: yo el pasado y ellos el presente. No, no estaba siendo así, nadie quería vernos allí: Nerdo no sabía cómo perdernos de vista, el dueño prefería dormir y que le dejáramos en paz (debió pasar instrucciones a Nerdo), y los hombres de la casa que gritaban y gritaban, nos habían echado destempladamente…
26 JUNIO 2011
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