ZURRAQUÍN (o las fotografías que se revelaron tan oscuras e inciertas como los recuerdos). EPÍLOGO. Me sentí contento y frustrado al mismo tiempo: por un lado, había conseguido volver a recorrer caminos ya recorridos hacía tanto tiempo (pisar, ver y fotografiar el paisaje de mi niñez), pero, por otro, no había logrado entrar en la casa y recrear más intensamente mis más sentidos recuerdos. Esa tarde, tantos años después, el Cerro del Acebuchal y el paisaje que quedó grabado en mi alma para siempre, me parecieron exactos a entonces, y pensé en lo poco que he cambiado o lo presente que aún siguen en mí aquellas sensaciones: una aplastante desorientación y soledad que me obligó a inventarme un mundo más allá de su inhóspita aspereza sin consuelo. Me pregunto, con desazón agorera, porqué necesito, precisamente ahora, cerrar capítulos de mi vida aferrados a mi memoria obsesivamente. No me contesto.