No tengo tiempo de ver exposiciones de fotografía, ni de otros lenguajes y soportes tampoco (aunque quizá lo que no tenga sean ganas). Tampoco de leer libros ni de charlar con nadie. ¿En qué se me va el tiempo? -No me contesto-. Sé lo que hago desde que me levanto hasta que me acuesto (mantengo la memoria sólo de un día, luego nada). No sé por qué tardo tanto en hacer lo poco que hago. Creo que contrataré un detective del tiempo que me siga todo el día, a ser posible con una cámara de vídeo para así, luego, poder observar mis lentísimos movimientos y pensar en algún mecanismo o técnica de aceleración, a ver si todo me cunde un poco más. No es una tontería lo que digo (o sí), pero hace dos siglos se tardaba un día en cubrir la distancia de mi ciudad a la capital, y ahora sólo treinta minutos. Bueno, pues eso, lo que quiero es una especie de máquina vertiginosa en la que me pueda montar y leer un libro en treinta minutos (he probado a hacerlo en el Ave, entre mi ciudad y la capital, y sólo he llegado a la página quince). Me temo que la máquina debería tener otras características, como una cabina del tiempo, o un casco acelerador, o algo así. Supongo.
2 SEPTIEMBRE 2011

© 2009 pepe fuentes