10 SEPTIEMBRE 2011

…Mi cuerpo, yo (es lo mismo) y Naty, nos hemos dado una vuelta por Burdeos y luego por París. Luego, hemos vuelto a la Travesía. Después, otro paseo corto por Lisboa, y a la Travesía, siempre allí, quietecito. Sólo me muevo cuando viajo; el problema es que no soy un viajero, sino un convencional turista. Lo único que me diferencia de los miles de turistas que abarrotan las calles y las inmediaciones de los edificios singulares y monumentales, es el tamaño de mi cámara. La mía, siempre es la más grande, con diferencia, ¿será que soy un fotógrafo -friki-? Lo que más me agradaría de esa posibilidad es que, si lo fuera, me diferenciaría mucho de Cartier Bresson, y no sólo por el alcance de la obra (la de él llega más lejos), sino también, porque él no fue -friki- en absoluto. O tal vez si y yo no logro entenderlo. Su discreción fotografiando le hacía invisible y de una levedad cercana a la banalidad. Creo. Utilizando mi cámara, la discreción es sencillamente imposible. Lo que no sé, es hasta qué punto es casualidad o un síntoma de «frikismo» inconscientemente vocacional e irreprimible. En esta fotografía, por ejemplo, me acerqué a este hombre, que esperaba tranquilo a que le cubriera la noche mirando abstraídamente al río que tenía enfrente. Con obvias  y aviesas intenciones me coloqué frente a él mirando por el visor de mi aparatosa cámara;  nada más percatarse, cogió el periódico que tenía doblado a su lado y se lo puso delante de la cara. Cuando hice la fotografía y me di la vuelta, dejó el periódico y siguió mirando el río…