Como dije el otro día, en Agosto también fuimos a Lisboa (dos días y medio). Lisboa, siempre Lisboa. La ciudad blanca y luminosa. La calidad de la luz de esa ciudad es inigualable. En ningún otro sitio en los que he estado he sentido la luz tan cercana a mi sensibilidad (suponiendo que posea algo tan esencial y necesario). La luz de esa ciudad acaricia mi mirada, mi alma y mi Mamiya RB67, que es la máquina mágica que me fabrica y me constituye como ser humano con algo de sentido. De qué me serviría a mí la sutil y delicada luz de Lisboa si no la tuviera a Ella. De nada, seguro. Mi Mamiya es mi memoria y mi percepción; luego es gran parte de lo mejor de mi vida.
17 SEPTIEMBRE 2011
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