…y 2ª parte: «escuchando a Henryk Gorecki. Caminaba despacio. A mi espalda, la ciudad invisible por el sudario de niebla, transmitía su potente y desolador influjo. Delante de mí, la bruma impregnaba el paisaje de una belleza enigmática. De vez en cuando me paraba a fotografiar: encinas y enebros, apenas perfilados; grandes piedras grises, ásperas, angulosas, redondeadas, planas, volcadas y dispersas en un desorden que dura ya millones de años. Todos los elementos se agrupaban y se separaban caprichosamente. Armoniosamente. El conjunto se mostraba sugestivamente desenfocado. Gorecki contribuía, con su misticismo, a que las formas adquirieran un sentido apocalíptico. Las notas musicales fluían en un ritmo armonioso y preciso; se alzaban con fuerza y profundidad litúrgica y descendían hasta el silencio. Todo resultaba exacto, esencial, lacónico, feliz. Las fotografías se sucedían invocadas por las sombras y por la tercera sinfonía, y después por el Salmo Beatus Vir. La representación del fotógrafo en la niebla duró dos o tres horas…Luego, salió el sol, y todo terminó lenta y silenciosamente». Fin.
2 DICIEMBRE 2011
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