Crónica de un viaje a Madrid, el treinta de noviembre, para atender asuntos artísticos objeto de mi curiosidad:
Capítulo 1. Salí de mi casa a las 9:15 A.M.; la niebla fría, nada más salir por la puerta, se adhirió a mi espíritu, pegajosa y blanda. Me arrojé valientemente por el precipicio de mi calle y tres minutos después me di de bruces con la estación de tren. A las 9:20 me acomodé en el asiento que me había tocado y, dos minutos más tarde, se sentó a mi lado una chica muy joven, alta, esbelta y bastante guapa. Instantes después, por megafonía, nos informaron de que todos los viajeros que ya estábamos acomodados en los asientos, habíamos cometido el absurdo y estúpido error de equivocarnos de tren y que, si nos empeñábamos en seguir en él, no iríamos a ninguna parte. Nos sugirieron que, si queríamos viajar hasta Madrid, teníamos dos minutos para cambiarnos a otro que estaba en la vía de al lado, completamente vacío. Lo hicimos, claro, y rapidito…