…Lunes, veintiséis: llegamos al hospital a las ocho y media de la mañana. Avanzamos por el largo pasillo con habitaciones a los lados hasta llegar a la -quinientos cuarenta y dos-. Mientras recorríamos el pasillo, en una habitación se oían grandes voces de un hombre que gritaba: ¿quién soy yo? ¡que alguien me diga quién soy! Ya en la habitación, comprobamos que J. estaba despierto e inquieto. Los gritos desesperados del hombre anónimo continuaban, ahora acompañados de golpes secos y fuertes sobre alguna superficie sonora: ¿hay aquí algún carpintero? gritaba. Observé que el personal sanitario seguía con su trabajo con indiferencia, como si no oyeran nada anormal. Nadie parecía prestar atención al angustiado enfermo. Sus voces aumentaron incesantes y desesperadas: ¡soy un buen hombre, pero no sé quién soy! ¡que alguien me diga quién soy! Poco a poco, el desconocido para sí mismo, fue espaciando sus voces hasta que volvió el silencio. J., a diferencia de ayer, estaba despierto pero con la consciencia alterada. Palabras y palabras que nos llegaban como un murmullo incesante e ininteligible. Los párrafos, largos e incomprensibles, los acompañaba de gestos expresivos pero insondables. Después, nos miraba intensa e inquisitivamente en espera de respuesta. Ante nuestros gestos de asentimiento silencioso o palabras tranquilizadoras, parecía sentirse conforme, aunque se encogía de hombros con desánimo abstraído. En ocasiones, levantaba el brazo despaciosamente y señalaba con el dedo índice un punto inconcreto de la pared de enfrente, seguía lentamente con la mirada la distancia desde su dedo hasta la pared, musitaba palabras inaudibles y, por un momento, se le iluminaba la cara y esbozaba un gesto parecido a una leve sonrisa. Instantes después el brazo caía desfallecido sobre la cama. Así, en esa quimera, permaneció varias horas (desde las cuatro de la madrugada hasta las once de la mañana). Luego, nada, silencio, cerró los ojos y volvió al sueño profundo. A las doce, la visita del equipo médico que se ocupaba de que su dolor no le doliera. –Todo sigue igual-, nos dijeron, -será hasta que su corazón o sus pulmones aguanten-. A las dos y media salí del hospital y, durante toda la tarde, me sentí incapaz de moverme, abatido por las sensaciones de la mañana…
14 ENERO 2012
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