…Martes, veintisiete: al igual que los últimos días cada mañana y hasta las once, se repitió la misma dolorosa escena: compartir con él su agonía hasta que se dormía. Se mantuvo despierto con los ojos vidriosos y el gesto perplejo y ausente. Únicamente, de vez en cuando, abría los brazos y movía los labios para recibir el abrazo y el beso de su hija. A las once de la mañana se durmió; probablemente, hasta el día siguiente, hasta una nueva agonía. Miré y miré su rostro, intentando saber que estaría sucediendo en su interior. Ni siquiera pude intuirlo. En un inútil intento de saber, me fijé en su piel, en las líneas del tiempo en su rostro, en las manchas, en los pliegues del cuello. Aparentemente, su mente y sus percepciones, se encontraban en otra dimensión; el espacio, el tiempo y las personas que le rodeábamos, éramos parte de una realidad diferente, fantástica o tal vez imaginaria. Nadie podría saberlo y nosotros tampoco. Los médicos tampoco saben nada; ellos hablan de protocolos de actuación, aplicación de tratamientos relativamente compasivos y no mucho más. No puedo evitar imaginarme en su situación. A fin de cuentas, y probablemente, sufrir lo mismo o algo parecido sólo será cosa de poco tiempo. Quizá las vivencias oníricas que J. parecía tener, sean una interesante manera de largarse del mundo; siempre que sean indoloras y cuentes con alguien que te despida, claro. Sí, quizá mejor así que morir en un estúpido accidente o de una fulminante parada cardiaca. Tal vez…
15 ENERO 2012
© 2011 pepe fuentes