Se me ocurre una variante al tostón de estos últimos días, también relacionada con iconotecas obsesivas, como la mía, a propósito de la lectura del magnífico relato de Ítalo Calvino, -La aventura de un fotógrafo- (1953). Antonino Paraggi, hombre aparentemente ordenado y mediocre como tantos protagonistas de Calvino, llega a la fotografía de forma accidental. Antonino, hombre joven e ingenuo, enseguida cae hechizado por su irresistible y fatal atractivo. Fascinado por los fulgurantes resultados que obtiene en los primeros escarceos, supone que su pasión será idílica e intensa hasta el paroxismo, y para siempre. Y no solo eso, sino que será una compañera abnegada que le dará todo el reconocimiento y sentido que el mundo le regatea…Antonino reflexionaba: -Porque una vez que has empezado no hay razón alguna para detenerse. El paso entre la realidad que ha de ser fotografiada porque nos parece bella y la realidad que nos parece bella porque ha sido fotografiada, es brevísimo-. Pobre Antonino, ya estaba entregado a la embaucadora y huidiza que te promete respuestas a los enigmas del mundo, pero que enseguida te desaira y te deja solo y sin alternativas frente a las ineludibles y angustiadas preguntas del hecho de vivir. A medida que avanzaba en su obcecada pasión percibía cada vez más lejos a su amada. Empezó a sentirse abandonado y perdido. Profundamente confundido…
27 FEBRERO 2012
© 1985 pepe fuentes