…Ah, y antes de que se me olvide porque voy a dejar enseguida todo este pesado asunto: una noche, fugazmente, y después de la tercera copa de Whisky en una discoteca que se movía, me sentí muy perspicaz y hasta inteligente. Sentado en un taburete, situación que me ofrecía una perspectiva casi cinco centímetros por encima de los jóvenes que se movían incesantemente a mi alrededor (bailaban), pensé que ya no formaba parte de ese mundo. Obvio. Teníamos en común que pertenecíamos a la misma empresa, yo como retirado consorte, y ellos como jóvenes e hiperactivos que acaban de empezar; ¡pero qué inmensa distancia nos separaba! Pertenecí a otro momento de la historia del mismo lugar, cuando las cosas se hacían de otro modo y el paisaje humano y cultural era extremadamente diferente. Lo primero que aprendes cuando llegas joven a un sitio, es lo que marca para siempre tu relación con esa realidad; justo esas primeras experiencias son las que se quedan grabadas nítida e indeleblemente. Te quedas prendido de ellas, y lo que viene después son añadiduras olvidables. No, no es que yo sea un viejo (que lo soy) que no ha sabido adaptarse al paso del
tiempo, seguramente en la mayoría de los valores importantes sobre los que se sustenta una vida, esté unos cuantos pasos por delante de esos jóvenes tan dinámicos (y tan anticuados ya); no, estoy pensando en otra cosa: simplemente, que nada tengo que ver con ellos y sí con los de antes, con los que han muerto ya. Pero, en fin, sólo es cuestión de un rato que todo alcance el sentido de la nada más absoluta…
15 MAYO 2012
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