…A Segismundo, cuando todo había terminado, le invadía un frustrante malestar: sentía que no había llegado a la imagen ideal de sí mismo que necesitaba encarnar. Había buscado en su espíritu, como creía que tenía que hacer, la fuerza y seguridad necesaria para resolver eficazmente su papel en ese momento; pero nada, una vez más, no había encontrado la confianza y solvencia largamente anhelada, así que, con una desastrosa y sufriente percepción de sí mismo, daba media vuelta y huía. Pobre Segismundo, el inseguro.
22 OCTUBRE 2012
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