Un día cualquiera de septiembre me acerqué a un pueblo, o más bien un caserío agrícola abandonado. Está situado bastante lejos de mi casa. No supuso inconveniente. Se encontraba vallado, pero tampoco fue un obstáculo insalvable porque salté la valla. Quince viviendas semiderruidas conformaban el pequeño enclave. Sus habitantes fueron renteros del Conde (da igual cuál, todos se parecen bastante) propietario del contorno. Luego, a mediados del siglo pasado, cambió los renteros por asalariados. El Conde de ese momento tenía vocación de agricultor y ganadero. Supongo. Me fui asomando despacio a todas las casas abandonadas y arrasadas, y en algunas nos paramos mi vieja Mamiya, aupada en el trípode, y yo…
1 NOVIEMBRE 2012
© 2012 pepe fuentes